Relatos

día tres

En los planes del sabio saliente no estaba pasar dos días seguidos en vela, pero también sabe de sobra que nadie puede escapar al devenir de los hechos, y sinceramente, le estaba gustando.

Pensaba estas cosas y algunas más el sabio saliente mientras terminaba de despedirse a lo lejos de aquellas gentes tan dicharacheras que la noche anterior había conocido. Le quedaba de su encuentro multitud de anécdotas tan dispares como lugares visitados por aquellas gentes, y un pequeño monedero de contenido desconocido.

Cuando ya en el horizonte se perdieron todos aquellos carruajes, el monedero tiró de su interés. El sabio saliente no sentía curiosidad por saber su contenido, ni tampoco a quien pertenecía, solo procuraría acabar la tarea que aquel muchacho había comenzado, y nada mejor que la posada más mentada del reino. Si al llegar allí el sueño le tirara al suelo, podría dejar a buen recargo el monedero y también a su ser.

Según caminaba en esa mañana recién despierta, recordaba la de veces que había estado en esa posada, y no podría enumerarlas de las muchas que habían sido, ni la de generaciones de personas que la habían regentado y que él mismo había podido ver con sus propios ojos. Trataba de no profundizar en el recuerdo y formar en su mente las caras de aquellas personas familiares que una vez trabajaron allí y prosiguió con su caminar, pausado caminar, recortando la distancia que aún le quedaba.

El reino en la nueva mañana tenía el mismo vibrar que días anteriores, con cantos y bailes y personas festejando el nuevo próspero siglo y la nueva entrada del sabio saliente. En el corazón y la mente del saliente no había rencor por haber sido él en esta ocasión, sabía muy a su pesar que posiblemente tendría los días contados y no fuesen más de los que habían trascurrido, pero era ley de vida, la misma ley de vida que delante de él y de los suyos ha regido las dichas y desdichas de todo ser viviente, solo que esta ocasión no era espectador.

No entendía el sabio saliente como una mañana más volvía a tener tantos pensamientos negativos, seguía con sus pasos pausados de forma automática transitando por las calles del reino y fue consciente que debía de nuevo tomar posesión de sí mismo y dejar a un lado todo aquello que ya no tenía razón de ser darle vueltas, ahora mismo él era uno más y debía aprovecharlo.

Conocía muy bien el camino directo a la posada y sabía el tiempo exacto que le iba a llevar, conocía demasiados detalles del entorno y sin embargo, ahora que volvía a ser dueño de sus emociones, podía recrearse de nuevo en todo cuanto habitaba festivamente el lugar. Vio a un grupo de personas arremolinadas y por encima de ellos cosas volando que subían y bajaban. Cuando más se acercó vio que era aparejos de malabarista que se conseguían mantener rítmicamente en el aire. Pasó por su lado y de tanta gente que había no se podía ver quién era el artífice, más adelante unos niños luchaban con espadas de madera tratando de imitar algún héroe del reino… Era un cumulo de actividades lucrativas por doquier lo que iba hallando delante de si y dejando tras de sí mientras caminaba, que parecia nunca acabaría. Todo era divertimiento y disfrute, inaudito y muy bello.

El tejado rojo se empezaba a vislumbrar al final del camino serpenteante y tan sembrado de los albaricoqueros que tanto conocía. Grandes, chicos, pequeños, altos, jóvenes, viejos, recién nacidos, todos estaban disfrutando con sus juegos y sus charlas debajo de aquellos árboles que precedían a su destino. Cuando ya la fachada de granito y el edificio alargado de tres plantas era más visible, se plantó a media distancia tratando de ver si quedaba algún lado por donde poder aparcar, pero estaba todo completo, ni el más mínimo carruaje o caballo cabría. Ya en fechas sueltas o de diario solía estar casi completo, con el panorama actual seguramente llevaban con el cartel de lleno días antes de comenzar la celebración.

Al hostal donde había ido era conocido principalmente por ser el lugar donde los sabios entregaban aquellos objetos perdidos que al cabo del tiempo no encontraban su dueño o que personas de a pie que las encontraran en los lugares más inesperados. La persona que haya estraviado el monedero, si de verdad conoce bien el reino, sabría que allí podría encontrarlo. Este caso en concreto era excepcional, los sabios personalmente no entregaban esos asuntos, terceras personas lo hacían y siempre en cajas que ocultan su contenido, así que esta ocasión para el sabio saliente era toda una nueva experiencia.

El monedero aún estaba en sus manos, si bien por poco tiempo, debía sin prisas decidir cómo hacerlo. Ir directo a depositarlo y buscar otro lugar donde aposentar era buena opción, aquel viejo encargado del hostal si se lo pedía, podría darle aposento aun estando tan lleno como está, pero estaría demasiado ocupado y sin tiempo para entretenerse siquiera en saludarle. Por encima de todo eso no quería traer problemas a nadie, menos pedir favores, y mucho menos perder el anonimato. Por otro lado debía evitar que alguien que no fuese dueño del monedero, se apropiara de él.

Miraba aquí y miraba allí, buscando que podría servirle para ocultarlo, y sin nada hallado ni zamarro donde depositarlo ya que iba con lo puesto, se iban agotando las opciones. Improvisar a fabricar algo con lo que iba encontrando imposible, y como era más grande que los bolsillos de sus pantalones, imposible era también guardarlo ahí, decidió que lo mejor era esconderlo debajo de la camisa pegado al brazo, aunque bien pensado podría parecer demasiado sospechoso si lo hacía, o quizás ya lo era llevando algo así un adulto solitario.

Recorrió los últimos metros que le quedaban para entrar, abrió las puertas y accedió a la gran recepción y fue justo en ese instante donde no se sentía observado cuando se lo escondió.

Lleno. Estaba lo que se dice lleno, casi no se podía dar un paso. Era evidente que, por mucho sueño que le estuviera dando, allí no podría descansar, así que como buenamente pudo, fue pasando entre todas aquellas personas en dirección al mostrador donde recepcionaban los objetos perdidos, al fondo a la izquierda. Consiguió llegar, aguardaban en el mostrador dos personas que pasaban desapercibidas para el resto de la gente. El que más cerca estaba del mostrador era un varón de unos cuarenta años, más bien chaparro, y detrás él, una niña más más cerca de los quince que de los catorce años. Preguntó a la niña si era ella la última, se giró, miró hacia los ojos del sabio saliente y un poco compungida dijo que si y se dio de nuevo la vuelta. Llevaba una camisa de manga larga, no de mucho abrigo pero al él le extraño pues todos allí iban en manga corta.

La persona que más adelante iba no tenía ante sí a nadie y el sabio saliente trató de asomarse a ver si por detrás del mostrador y al fondo de las estanterías, lograba ver a alguien, pero no había nadie. El sabio saliente preguntó a esa persona si le estaban atendiendo y le contestó que sí, que habían ido a traerle la posesión que había reclamado. La niña miraba atenta a lo que iba sucediendo y el sabio saliente pudo volver a mirarla bien, notando mejor aún que efectivamente recién había llorado.

Ese intercambio de miradas se interrumpió cuando la persona de delante se puso a saltar, y ambos miraron como celebraba que delante de él estaba un estuche de violín, con su violín correspondiente dentro. También miraba sorprendido la persona al otro lado del mostrador, que miró cómplice a la niña y al sabio saliente como tratando de decir que todos nos sentiríamos igual de encontrar algo perdido. El feliz hombre saludó muy amigablemente al dependiente y marchó como pudo entre toda la gente que aun repletaba aquel lugar, siendo ahora de la niña su turno.

La niña se puso ya en el mostrador y con voz dulce preguntaba a aquel dependiente, si habían traído su monedero extraviado, a lo que el dependiente respondió con un no aún con tono de preocupación. El sabio salienteque lo oyó, le pidió a la pequeña que le dijera como era aquel monedero, ganándose así la atención de ambos. La chica empezó a relatar, primero dubitativa quizás pensando que no debía darle esa información a un completo desconocido, y sin perjuicios de no tener nada que perder de todo cuanto podía contar sobre ese monedero que tanto buscaba a lo segundo.

El sabio saliente escuchó con suma atención todas las explicaciones de la pequeña, y de cómo cada detalle que le comunicaba coincidía con el monedero que escondido llevaba. Cuando la niña ya dio tantos detalles que era inequívoco que el que portaba era el suyo, puso rodilla en tierra y de disculpó diciéndola que no estaba siendo ese el lugar idóneo para guardar algo tan valioso. La niña que vio delante de si el monedero no pudo contener la emoción y se abalanzó sobre él, con tanto ímpetu que casi consigue que ambos cayeran al suelo. Extrañamente al sabio saliente le resultó inesperado el peso de la niña para la constitución física que tenía, pero no le dio tiempo nada más que al recuperar el equilibrio y a ver a la chica como cogía el monedero del suelo con una mano y cogerle a él de la suya con la otra.

Cuando se quiso dar cuenta, el sabio saliente y la niña iban colándose por entre las personas que pululaban por la recepción, llegando al otro extremo donde las escaleras que daban acceso a las plantas superiores empezaban. El sabio saliente subiendo escaleras casi conseguía ir por su propio pie e ir cerca de la niña, que iba enfilada a un punto desconocido de la primera planta donde habían llegado. En cuanto llegó a la puerta de más al fondo a la derecha, soltó de la mano al sabio saliente y abrió la puerta de la habitación. Dentro, dos personas que no esperaban que la puerta se abriera abruptamente delante de ellos se encontraron de bruces con dos personas, una más alta y otra la que parecía ser su hija. Ese hecho pasó a ser cierto cuando las dos personas recriminaron a su hija exigiéndole que no hiciera eso, y ella sin hablar ni dejarles de acabar les enseño el monedero. Sin que sus caras plasmaran un cambio significativo de estado de ánimo, el padre retiró el monedero de las manos de la chica. Ella ya se relajó un poco y dijo alegremente que esta buena persona lo ha encontrado, refiriéndose al sabio saliente, que observaba todo desde detrás de la chica.

Los padres de la chica se retiraron un poco y se dieron la vuelta dándole la espalda a ambos, entendiendo el sabio saliente que no debía ver nada de eso y miró a la niña, que debió pensar lo mismo y le dijo con una enorme sonrisa por lo bajito muchas gracias. Cuando parece que estaba todo en orden, la madre avanzo hacia ellos, pidió permiso para salir y se marchó por donde momentos antes habían venido monedero en mano, y el padre que destensó un poco su actitud fría y distante, comenzó a darle las gracias al sabio saliente y le invitó a pasar. El sabio muy educadamente le respondió que no era necesario más muestras de gratitud de las que ya había recibido y que debía marcharse, pero la niña comenzó a insistir para que se quedara con ellos aunque fuese un poco. El sabio saliente que iba siendo presa del sueño y del cansancio no tenía más fuerzas para luchar contra alguien con tantas energías y al final accedió.

El sabio saliente nunca daba su nombre cuando le era preguntado y siempre entregaba el que le venía en mente y esta vez no fue menos, aquellas dos personas más la madre que se incorporó momentos después si se presentaron con aparente sinceridad y narraron al sabio saliente que con ese día llevaban cuatro en el reino y que al perder todo el dinero habían tenido que hospedarse pagando sus estancia con las actuaciones de su hija, y que no podían salir del reino al no disponer del dinero que habían perdido. La madre añadió que ya había resuelto todas las deudas con el dueño del hostal pero que esa noche se habían comprometido en actuar y que se quedarían. El sabio saliente escuchaba como buenamente podía aquella historia, presa del cansancio y el sueño ya le era irremediablemente imposible no mostrarlo abiertamente e hizo preocupar a aquellas personas que cambiaron de conversación al ver lo que le sucedía.

Sin faltarle a la verdad pero sin contar toda ella ni mentir tampoco, el sabio saliente les dijo que estaba tratando de hospedarse allí pero estaba completo y que necesitaba descansar como buenamente pudiera pues llevaba cerca de dos días casi sin dormir ni descansar. La niña muy resuelta ella, sin pedir consentimiento a sus padres rápido dijo que se quedara allí a descansar ya que ellos irían ahora a actuar a la calle y que no regresarían hasta muy tarde, y el sabio saliente en un hálito de pocas energías respondió que para nada podía hacer eso. Los padres se miraron y en mudo consentimiento parece que estaban de acuerdo con el deseo y la idea de la niña y le pidió al sabio que aceptara, que era muy buena idea y que sería la única forma de poder pagarle lo que había hecho por ellos.

No podía más el sabio saliente, y asegurando que lo hacía en contra de sus principios y por no poder aguantar mucho más las ganas de dormir y descansar, aceptó la propuesta de aquellas personas que no hace mucho acaba de conocer. Los padres agradecidos y la niña más, dispusieron la cama grande del cuarto contiguo al sabio saliente, cerraron las ventanas y bajaron casi del todo la persiana, dejando la luz justa para poder transitar en el interior. Como último favor le pidieron al sabio saliente que no se fuera sin antes despedirse de ellos y que hiciera el gran favor de esperarles sino en el cuarto, en la recepción del hostal. El sabio saliente que promesa que hacía, promesa que cumplía, les aseguró que haría lo que habían pedido y los tres marcharon con las manos ocupadas de algunos enseres.

El cierre de la puerta inició el principio del silencio total, el que necesitaba el sabio saliente con todas las ganas del mundo. Bajó aún más la persiana y como leño que cae al suelo así se echó a aquella cama que le daría el descanso que tanto su ser pedía.

Las notas de un piano que le resultaban familiares sustrajo del mundo de los sueños al sabio saliente. Sus ojos se encontraron ante la oscuridad apagada de la sala donde no sabía en qué momento del día se había quedado dormido y en qué momento despertaba. Cuando sus ojos consiguieron ver algo más claramente todo cuando le rodeaba, decidió incorporarse en la cama. Había desaparecido toda señal de cansancio y se encontraba recuperado, quizás habría dormido mucho más sin apenas esfuerzo pero el piano que aun llegaba a sus oídos le había sacado del sueño y ahora le tenía poco a poco cada vez más intrigado. Sabía que lo había escuchado anteriormente pero no terminaba de saber ni cómo ni cuándo.

Por cansancio elevado y no por falto de modales se había quedado dormido en la cama incluso con el calzado puesto y viendo el desorden que había causado su sueño profundo, decidió que sería buena idea encender las luces del cuarto, subir la persiana y arreglar aquello, pero el piano seguía cada vez más llamando su atención. La necesidad de dejar todo cuanto estaba haciendo e ir a donde manaba la melodía era cada vez mayor y pronto olvidó la cama desecha y las manchas de tierra de la ropa de la cama. Al atravesar el cuarto, percibía un poco mejor la música y al abandonar el aposento más aun, era evidente que la música provenía de abajo.

Bajaba las escaleras que conectaban ambas plantas y cuando ya estaba por tocar el suelo de la recepción, de golpe todos los murmullos y voces de las conversaciones que llenaban aquel espacio se le echaron encima. No eran muchos pero impedían ver de dónde provenía tal melodía. Justo en ese momento sonaron los últimos compases y acabó, momento en que las personas comenzaron a aplaudir y a comentar con más intensidad entre ellos. El sabio saliente pudo entonces recuperar todos sus sentidos, la sensación como de encantamiento desapareció y no llegó a preguntarse qué hacia allí pero poco le faltó. Avanzó hacia delante entre la gente y pudo llegar hasta la figura de la persona que estaba justo en frente del piano, era la niña del monedero. Estaba sola, no estaban sus padres con ella y en el momento en que ella le vio, fue directo hacia él.

La niña le preguntó dulcemente si se encontraba bien y si había descansado y el sabio saliente que apenas podía escucharla, se puso a su altura poniendo rodilla en suelo. Señaló a su oído como pidiéndole que hablara más alto, que no le había escuchado y volvió a hacerle las mismas preguntas, a lo que respondió que sí, que le había sentado fenomenal y le dio las gracias por haberle dejado descansar en la habitación. Luego el sabio saliente preguntó por sus padres y ella respondió que habían ido a solucionar unos asuntos con el dueño del hostal. El sabio saliente dijo que esperaría a que regresaran y ella le dio las gracias por hacerlo. Ambos se miraron y luego, sin saber cómo, miraron al piano. Le preguntó que si era ella quien tocaba. Era una pregunta que podría haber resultado tonta y fuera de lugar pero la niña dulcemente le dijo que si y le pregunto al sabio saliente si sabía tocar el piano a lo que respondió afirmativamente. Entonces le dijo a la niña que si conocía una pieza de piano que era para cuatro manos y ella dijo que no mucho, a lo que el sabio saliente le dijo que si le parecía bien que la trataran de tocar mientras esperaba a que sus padres regresaran. La niña sin dudarlo y con una alegría inmensa reflejada en su cara y en sus gestos se puso de nuevo al piano, el sabio se incorporó y fue hacia el también.

El poco tiempo que duró la pieza no logró ganar la atención de todas las personas de la sala pero si de las más cercanas a ellos, que escucharon atentamente aquella música tan pizpereta que ambos tocaron. Los aplausos no se hicieron esperar y en una mirada cómplice del sabio saliente y la niña ambos sonrieron felices de haberse ganado la aceptación del público. Los padres aparecieron del lado de la niña por entre medias del público y se sorprendieron al ver quienes había al frente del piano, la niña los vio pero el sabio saliente ni se dio cuenta, él estaba pendiente de las personas que delante de ellos aplaudiendo estaban, se encontraba en un hecho inaudito para él, nunca había recibido aplausos de esa forma, ni tampoco tantos ojos le miraban con tanta atención. Abstraído del todo, notó un tironcillo de su mano derecha, la niña requería de su atención. El sabio saliente miró a la niña y pudo comprobar que mantenía la cara de felicidad y complicidad pero seguía tirando de su mano, no requería la niña solo que la mirara, sino algo más. El sabio saliente entendió que lo que quería era que se acercara más a ella así que puso rodilla al suelo, y la niña aguardó el momento justo en que sabía que le prestaría toda su atención para pegar su boca a su oído derecho y pronunciar unas palabras:

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«Llévame contigo, mis padres me pegan demasiado y si siguen así terminarán conmigo.»
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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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